No lo puedo evitar.
Sé que es un resultado de una educación profundamente utilitarista y también de una especie de miedo ancestral a no tener dinero para hacer la compra, pero lo cierto es que ciertas expresiones de arte me generan con frecuencia la misma pregunta:
¿Qué tipo de ser humano ha podido dedicar tantos años a cultivar ese talento?
El viernes me volvió a pasar. Acudí a ver Pasión sin puñales, en el Circo Price, en Madrid, y antes tanta voluntariedad para cultivar talentos como dar saltos o doblarse por la mitad sin romperse me volví a interesar por las pasiones que nos mueven a los seres humanos:
¿Qué impulsa a una persona a dedicar su vida a cultivar su faceta de saltimbanqui? La verdad es que mi falta de respuesta debe de tener al menos el mismo tamaño que mi admiración.
Me encanta la belleza por la belleza. Me gustan los artistas que pintan en el suelo de las calles aún sabiendo que el agua se llevará esa obra. Me encanta hacer castillos de arena en la playa. Me entusiasma la pasión humana por conseguir la estética pero de ahí a dedicar una vida a cultivar la habilidad para dar saltos sobre un escenario hay una distancia enorme.
Y para acabar una reflexión que me surgió en pasado viernes en el Price: ¿Qué sería de nuestra sociedad si en lugar de dejar que la gobiernen abogados y economistas, la gobernaran saltimbanquis, titiriteros, payasos y funambulistas?
Y no es una broma. ¿Qué pasaría...?
Sergio Fernández
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